Los viajes

Los viajes son un tema simbólico permanente, su importancia en el desarrollo va más allá de su uso ritual y alegórico. Todos tenemos que hacer esos viajes, y aunque la primera impresión delata una simulación, los viajes ocurren en todos los estratos. La palabra de por sí tiene acepciones interesantes.

El viaje por sí mismo es menos trascendente que los motivos del mismo. Los viajes normalmente son placenteros, los destinos esperados, son una aventura controlada. Con la disposición adecuada pueden ser maravillosos, sin embargo, no están exentos del dolor. Las razones para emprender un viaje deben escogerse con cuidado. Precisamente, son las razones adecuadas, en una circunstancia precisa, lo que nos permitirá completar el trayecto y llegar a donde nos hemos propuesto llegar.

Viaje, por cierto, tiene una raíz latina que nos llega modificada de las lenguas romances. Proviene de viaticum, éste a su vez de via. Vía, camino, senda, procedimiento; pero también, fuga, derrota, dispersar; y también disolver. Menos curioso es que viático en castellano se refiere a la última comunión de un moribundo, así como el pago de un derecho, como el que se paga para poder embarcarse a través del estigio ¿Qué estamos pagando? ¿Qué esperamos obtener?

Los viajes, los benditos viajes que efectuamos porque hay que hacerlos, por el hecho de efectuarlos, porque alguien nos lo manda ¿Dónde quedan nuestras razones? Y tal vez algo más intrigante ¿Cuáles son las razones ulteriores que preceden al viaje? Esas motivaciones secretas, esas ansían de culminar, de dominio, son tan o más importantes en cada caso.

¿Nos podemos descorazonar ante los viajes de los demás? ¿Somos tan compasivos? Todos hacemos viajes, todos tomamos decisiones, y todos enfrentamos las consecuencias de los mismos. Un viaje sin preparación puede desembocar, tal vez, en una desgracia. Hay viajes que encuentran puertas cerradas, que te atrapan, que te sumergen y te encaran, te encuadran sin escapatoria ni retorno, no quedando más que el precipicio, la expulsión del paraíso y una pared de dagas dispuestas a perforar vuestro corazón. Así entonces, os ruego, cuidado con los motivos de la senda, con los pagos irrefutables que se hacen, se han hecho y se harán.

Aún con todo, uno consiente ¿consciente? (¿De sentir todo junto? o de ¿Entender todo completamente?) en hacerlos, supeditados al arrojo de un impulso que apenas alcanzamos a comprender pero que está ahí, instigando nuestros pasos, ordenándonos embarcar, atravesar la espesura hasta sus últimas consecuencias ¿Y los motivos ulteriores? ¿Las razones secretas? ¿Las mentiras detrás de la careta? ¡Esas no importan! Emprendidos los viajes no hay marcha atrás, cada quien en su momento tendrá que despojarse de esos y esas, invocar la necesaria alquimia y comprender de una vez por todas esto que llamamos impulso, que se decanta en vicio o virtud. Cada quien al final decidirá quedarse dando vueltas en el cuadrilátero o descubrir la puerta que nos libera. Cuidado pues al final, los laberintos son peligrosos, especialmente los carentes de luz.

¿Pero entonces los viajes son reales? ¿No son sólo un fetiche simbólico? ¿Una historia de hadas y brujas para asustar a los niños y a los ingenuos? Teniendo en cuenta que provienen de la última comunión de los moribundos en la esperanza de poder integrarse y reconciliarse con lo divino… No lo sé. Los términos de esa reconciliación pertenecen a cada quien, el sendero de cada uno sólo puede ser recorrido por nuestros propios pies. En la obscuridad sólo puedo prestarte la trémula luz de la linterna.

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