Herramientas IV – Martillo y Cincel

El cincel es un elemento activo frente a la materia; sin embargo, frente al martillo se convierte en un elemento pasivo y cuya relación es la transmisión. Así, martillo y cincel, labran la materia, la piedra, la modelan hasta para llegar al ideal, al modelo de pensamiento premeditado.

Una fuerza subyugada por una inteligencia y razón, con una dirección específica, efectúa un trabajo modulado a través de las facultades de observación y reconocimiento del objeto pensado, preexistente al interior del campo, de lo informe, de la expectativa reconocida como posible. Tomar la fuerza de la diestra para perfilar con la siniestra, ambas bajo la luz de lo que se piensa, se reconoce y se busca.

Quien se inicia asirá el martillo y el cincel ocupando ambas manos, se transforma a través del símbolo en la conciencia concreta que sabe, reconoce, busca y obtiene la forma específica que habita en el interior de la materia que trabaja, así como en su propio interior. No es posible obtener en el exterior, por cierto, aquello que no existe primero al interior. Sostener ambas herramientas permitirá hacer desde adentro hacia afuera, transformar, proyectar y materializar la realidad propia.

Oportunamente Oswald Wirth nos recuerda:

… Dos herramientas son indispensables […] La primera simboliza las resoluciones retenidas en nuestro espíritu, es el cincel de acero, que se aplica sobre La Piedra, sostenido con la mano izquierda, lado pasivo, correspondiente a la receptividad intelectual, al discernement especulativo. El otro representa la voluntad que ejecuta […] que blande la mano derecha, lado activo, refiriéndose a la energía hacedora y a la determinación moral de donde fluye la realización práctica.”

Wirth, Oswald. 1931.

El uso de ambas herramientas constituye el primer paso en la práctica ritual y simbólica, así como la primera forma de disciplina para modelar y modificar al ser. Sin embargo, puede también significar la primera manifestación transgresora del estado natural de la propia materia, pues su acción puede significar tanto su elevación como su caída, su glorificación o su humillación. Podemos llamar voluntad entonces a esta fuerza subyugada por la razón, así como podemos llamar conocimiento a este elemento activo frente a la materia, pero pasivo ante la voluntad.

¿Cómo entonces manejar ambos con la maestría necesaria? ¿Qué ejercitar primero? ¿Es más importante uno que el otro? Práctica, dirección e intención, constancia, cuidado y conciencia ¿Cuál es la imagen o idea que habita en vuestro pensamiento y deseamos vivificar y materializar hacia “afuera”? Se ejercitan ambos bajo el axioma donde: No puede haber voluntad sin antes preexistir conocimiento. De otra forma, la fuerza por la fuerza, carente de dirección, de intención o motivo, lleva siempre a la barbarie, al caos y a la destrucción.

Se conoce primero la manifestación de la posibilidad a través de la interiorización y reflexión para, posteriormente, hacer. No es más importante uno u otro. Conocimiento sin voluntad, sin objetivo, sin fuerza ni dirección, es sólo una carga, un peso que arrastra la conciencia y se pierde en el mar de los sueños imposibles, es el origen del hubiera; de esa proposición lastimera y patética que sólo evidencia nuestra inconsistencia y lo fútil de los esfuerzos a medias.

Quien se inicia ha de conocer la fuerza en toda su extensión, para así modularla, y ha de reconocer también qué es lo que busca y por qué es posible. De otra forma no tendrá frutos el trabajo realizado. Se desmoronarán y deformarán las posibilidades en su interior y hacia el exterior, terminará atentando en contra de la naturaleza de la materia que trabaja. Perseguir imposibles en donde no preexisten, forzar con desconocimiento extermina toda otra posibilidad, trasgrede su existencia, erradica toda la belleza que sí podría manifestarse, atenta criminalmente y, finalmente, destruye ¡Tened Cuidado!

Las piedras han de cuadrarse fuera del templo precisamente porque una vez admitidas no es posible su modificación “in situ”; se buscan adecuadas afuera para después integrarse a la gran obra; o bien, desecharlas por la perversión que se ha manifestado en su trabajo. Así entonces, reconocerás también éste principio. Desapégate de tu obra y obsérvala, compárala; admítela o deséchala.

En todas las esferas y dimensiones que componen la vida de quienes se inician, la conjunción de éstas dos herramientas implican, muchas veces, enseñanzas poco placenteras, pues todos tenemos una idea, una expectativa que carece de fundamento cierto. Expectativas de pareja, de familia, de trabajo, de personalidad, de desarrollo, de bienestar. Reconocer que el campo en el que queremos incidir, en esa materia que deseamos glorificar, no alcanzará o manifestará esa proyección de preexistencia y por tanto debe ser desechada no es algo sencillo. Es especialmente difícil cuando somos nosotros precisamente el medio o instancia que impide el desarrollo, el progreso, y la manifestación de lo deseable ¿Cómo? Por nuestra ignorancia o incapacidad, nuestra poca destreza, desconocimiento y expectativas irreales o imposibles ¿Está primero en mí aquello que busco afuera? ¿Aquello que busco en los demás? ¿Aquello que busco en los diferentes escenarios de la vida? ¿Me reconozco lo suficiente? ¿Conozco lo suficiente allí en donde pretendo buscar y encontrar?

Sin reflexión la labor de ambas herramientas puede ser aberrante, sin conocimiento propio y certero, nuestros esfuerzos estarán sometidos al azar; seremos esclavos de la incertidumbre, presa de prejuicios, de ideas ajenas a nuestra propia naturaleza; estaremos sin duda atados a fuerzas y voluntades extrañas y desconocidas.

Manejar con destreza ambas herramientas obliga a una doble vista, un trabajo doble, doble ejercicio, de voluntad y conocimiento. Pues en adelante intervendrán otras herramientas que habrán de incidir en el objeto, campo o esfera sobre la que se trabaja. Sin el adecuado pulimento la obra está destinada al fracaso. Adicionalmente la vida y sus tiempos no se detienen, el progreso es constante, las demandas permanentes, sus embates feroces y escondidos en lo cotidiano, en la aparente casualidad.

Es en el templo en donde se estudia el símbolo para su aplicación fuera de él, se medita en el templo la posibilidad, mas su ejercicio está desterrado de sus límites y trazos. Una vez obtenida la posibilidad concreta, la idea, el deseo modulado por el conocimiento, quien se ha iniciado saldrá y hará. Todo comienza con un sueño pero se acaba en brazo, en cal y canto. Manejar con destreza ambas herramientas permite la primera transición, la primera transmutación, el primer paso hacia la maestría de lo real y de lo posible.

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