Historias y Cuentos (I)

En algún momento Hannah Arendt hacía una puntualización acerca de la construcción de la Historia (esa que se escribe con H Mayúscula) a través de las diferentes historias (esas falsamente más humildes pero hundidas en el paradigma de los nadie). En el inglés tal vez cobra más sentido, aún con la naturaleza bárbara de esa lengua. La “History” se integra por la “Story”; esta Story tal vez se gradúa en History cuando se vuelve oficial, cuando adquiere un valor generalizado para todos los anónimos vividores de su Story, reflejada a través del tiempo oficial y se convierte en prostituido libro de texto.

Aun cuando el foco está con la Historia, no podemos ignorar la relevancia de las historias que la componen; por eso se vuelven importantes las estrategias que las toman, las compactan, las reinterpretan, las codifican y reducen a la utilidad comercial, a la conveniencia de quienes manejan las diferentes esferas que componen la experiencia humana. Los tajos de tijera que van amputado lo que “sobra”, lo que no es “importante”. Surge entonces una pregunta acaso ¿Cómo devolver al experimentador la potestad de su historia para que se integre completa al testimonio supervisado de la Historia?

Sin despreciar la relevancia de quienes intentan corregir o reformar el cúmulo que es la Historia, bajo ese paradigma también, se deja de lado la potestad de los que viven el cotidiano. Corregidores, reformistas y vindicadores, sabiéndolo y sin saberlo, se convierten también en los instrumentos de la censura, en los constructores de las nuevas modalidades de prisión. La reivindicación es valiosa y valiente sólo desde quien experimenta, de manera personal y propia, la vida. Asunto difícil, pues la experiencia se reinterpreta a través del filtro de la ideología, de la utilidad mercantil, del condicionamiento de quienes han sabido enseñorearse de la voluntad de los progenitores, de los primeros introductores y guías al mundo humano.

Si los primeros guías reproducen en sus conducidos las tradicionales cadenas que adoptan y con las que viven; si imprimen en los sentidos, que nos brindan la experiencia, los velados juicios que no les pertenecen ¿Qué podemos esperar a la postre de quien transita los secretos laberintos de la vida humana? ¿Qué podemos esperar de la experiencia para-biológica si no repetición perpetua? Reproducción sisífica.

Nadie nace sólo, pero muchos mueren de esa manera y se nos dice que así está bien, que así es la vida, que es el orden de las cosas, de la realidad. El sentido de una vida competente, en términos de lo que sirve al mercado, impera. Si el sujeto mercantil obedece y hace, el sistema funciona; si se mantiene dentro de los paradigmas, el sistema funciona; de lo contrario sobrevienen, al menos, los juicios de la moralidad, prostituta en los más bajos designios del trazado biológico.

Sin embargo y ante todos los obstáculos, hemos olvidado un asunto fundamental acerca de la Historia y acerca de las historias que la componen y la integran. La Historia e historias son primordialmente relatos, son plásticas, y como todo relato, éstas son una ficción. Las ficciones al caso entonces, suponen imaginarios que tenemos por ciertos, pero que en realidad carecen de sustancia intrínseca, son una vasija vacía, frágil e insustancial; a lo más, una mentira, a lo más una neurosis consensuada en la inconsciencia. Aun así, revelar al experimentador la plasticidad de su propio relato, de su propia ficción, implica un trabajo, particularmente complicado, que deberá ser ejecutado, exclusivamente, por el dueño real y concreto de su experiencia.

Identificar el relato personal como lo que es, como la ficción de la propia vida y experiencia, enfrenta desde un principio los paradigmas y sesgos que propone, al menos, la ideología. Particularmente al momento de reinterpretar situaciones que suponen elementos fundacionales de la personalidad, experiencias que involucran sufrimiento profundo y condicionan los límites de la experiencia cotidiana a tratar desesperadamente de evitar ese “dolor”.

¿No deberían los individuos ser más propensos a tomar la plasticidad de su propia experiencia en sus manos para reconducirla y utilizarla en su propio beneficio? Cuando el beneficio es inexistente en concepto, cuando el objetivo no existe en concepción, no puede existir precisamente esta capacidad. La idea previene a la forma. La idea se construye en enunciación y, siguiendo a Heidegger, sólo hay mundo en donde hay lenguaje. No puede existir nada en el relato que no tenga una concepción previa, clara y enunciable. He aquí la trampa, la cada vez más perfecta estratagema de una modernidad lejana y transpuesta, sin claridad de idea, de identidad o de discurso.

Pero entonces ¿No es la deconstrucción de la idea introyecta el inicio del control de la propia plasticidad? Cuando la deconstrucción obedece a los intereses del mercado o de la plataforma reguladora o ideológica, no, todo lo contrario. Porque toma esta plasticidad y la deposita en las manos invisibles y nos la devuelve en la ilusión de una libertad a la carta. En un abanico aparente de posibilidades infinitas, pero que sirven todas a la reinterpretación conveniente de una experiencia integrada al esperado resultado de la Historia. Aparente disrupción y rebeldía, certera subordinación a intereses más allá del individuo que vive, más allá del experimentador.

Pero he aquí la salvedad, aún con todo, no es más que una ficción, un cuento, un relato. Eso que nos contamos que es y ha sido nuestra vida no puede ser más que un relato; un relato que ha estado en manos diferentes a las nuestras; palabras cuyo sentido ha sido filtrado; interpretaciones condicionadas por los externos; juicios que dictan nuestro actuar y nos mantienen en el camino de lo conveniente, de lo funcional, de la honra mercantil, del interés de quien gana realmente a través de la competencia de los terceros más ciegos y sordos.

Quién ha sabido enseñorearse de la interpretación de las experiencias, que de principio no le pertenecen, ha arrebatado el mundo de los demás en beneficio propio, subordinando también su universo al mismo paradigma que lo hace “ganar”; ganando a partir de la derrota de terceras y numerosas voluntades ciegas; carcelero de su propia prisión, la cual guarda y protege con estricto celo ¿Quién reside más allá?

¿Cómo entonces puede el individuo retomar la arcilla elemental de su propia vida? De la misma manera en la cual le fue arrebatada. Contándose su propio relato, dando cuenta e identificando las ideas que no le pertenecen y reescribiendo el cuento; así, de la misma manera que lo hacen quienes reescriben la Historia al servicio de terceros intereses; así como lo hacen quienes saben que los juicios son plásticos y se pueden reescribir en cualquier tiempo. Quienes dan cuenta de la gran ficción relatada podrán reinterpretar la propia, rehacerla, reconducirla, apoderarse de ella y reinventar el propio espacio, extender sus límites y trascender lo mismos a su elección.

He aquí entonces una trampa también. Quien da cuenta de la ficción adquiere toda y completa la responsabilidad de los desenlaces. Responsabilidad aparentemente nada fácil, responsabilidad intimidante, responsabilidad de la potestad de la plasticidad de la experiencia de frente a un mundo que se la requiere constantemente, que se la arrebata ¿Una cueva entonces? ¿Un ashram? ¿Un templo confinado? ¡Nunca! Hay que hacer precisamente en ese medio, construir a pesar de los embates de la cotidianeidad, mantener la potestad en conciencia, no en ilusorio ascetismo, es parte integral del apoderarse de la propia vida. Vida y relato, cuento al fin, ficción con final certero, promisorio y liberador.

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