Virtud, virtud, virtud ¡Qué raro que no se haya vaciado ya de tanto uso! Todo depende de la virtud, todos aspiran a la virtud, todos manejamos en virtud. En virtud de, en virtud de quien, se escurre entre la lengua y entre los conceptos que buscan, curiosamente, encadenarla a una actitud servil y estoica de una bondad mal entendida.

La virtud somete, la virtud empuja y demanda; cuando es pequeña hace berrinches, cuando madura alienta, arenga, se opone a las mareas ¿Cómo puede ser sumisa la virtud si es el origen de todo dominio? Creer en bondades virtuosas es muchas veces un desatino grosero.

La virtud forma, no se deja formar; la virtud conduce, no se deja conducir; la virtud arrebata, irrumpe, causa destrozos, impone realidades y también las destruye. Forja el metal de los aceros y marcha al compás de las botas ¡Eso que llamas virtud es una careta! ¡Es una impostora! Un disfraz lastimero de los gentiles que quieren miradas entornadas, lagrimeras, palabras dulces y melosas, arrullos para los niños, permisividad disfrazada de equidades imposibles, realidades de algodón mullido y etéreo.

Cuidado al tratar de acceder a eso que llamas virtud. Es ama celosa, disciplinada y obsesiva, cobra caras las desavenencias. Nos gustan las visiones amables y creemos que la armonía viene envuelta en los regalos que dejamos al pie de los árboles en Navidad.

A veces pensamos, tal vez, que los caminos de la virtud tienen fin, que se cumplen objetivos, sin saber, que una vez empuñado el martillo de la forja no se suelta y nunca se rompe.

Es la batalla, la guerra interminable, la piedra donde se afilan las espadas ¡No se marcha hacia la virtud! Se avanza, se marcha, se enfila con ella a las espaldas, te cuida los flancos, pone fuerza en las manos, destapa oídos, abre ojos, arrecia el tacto, hace flechas de las palabras, endereza las espaldas a cuestas; no se usa, no se atrapa, no se alcanza; es la razón, es un estado, es la causa, nunca el fin.