Lo olvidarás

Agradecerás la luz que se filtra entre los árboles acariciando tu piel fría. Agradecerás el aire fresco en cada respirar, lo sentirás, entrando suave y dulcemente en tu nariz, llenando tus pulmones. El agua tibia te saludará por las mañanas; la fresca brisa de las mañanas se alojará presurosa en tu cabello a medida que sales a la calle. Lo agradecerás, realmente lo agradecerás. El sonido en tus oídos del viento, el suspiro de las hojas arremolinándose ante tus pies, los cortes repentinos del silencio que cimbra tus sentidos, lo agradecerás. La arena bajo tus pies, las semillas en tus manos, el bullicio, la risa de los niños, las distantes voces, el murmurar, el cansancio de tus piernas al caminar, los agradecerás y también, así, como han venido a ti, lo olvidarás todo.

Olvidarás ese agradecimiento, volverás a bajar la mirada, volverás a enrollarte en eso que llamas tu vida. Tan vehemente agradecido eras, tu olvido será más fuerte.

Maldecirás el sol que antes revelaba su mística naturaleza. Te quejarás del frío, del calor, del polvo en el viento, de la humedad que juega con tu cabello. Detestarás las calles, el caminar, desdeñarás los infantiles juegos ¡Que ingratitud! ¿Cuánta muerte más necesitas despreciable?

Lo olvidarás todo, lo dejarás de ver. Estando ahí, tan presente en éste mundo, todo eso que agradecer, todo eso que nos abraza, se esfumará de tu mirada. La luz del sol, el viento en las hojas, las necias flores que perforan la dureza de los caminos, la edades de ensoñación, las nubes suspendidas en el profundo azul del cielo, la luna, los grillos, el juego de los gatos… “Te he visto, te he observado y sé, lo increíblemente noble que puedes ser y, también, lo insoportablemente estúpido y miserable que eres, ante el horror, en los tiempos difíciles, durante las duras pruebas. Le buscas y le encuentras tan fácil y, así también, tan fácil, le pierdes”.

No te bastan, las verdes hojas que perviven entre las tardías nevadas, la sonrisa de los viejos, el llanto de los infantes en los brazos de sus madres, las firmes manos que estrechas en penumbras, el caminar de las marchas al unísono de quienes recorren al igual que tú el mundo; ni las lágrimas, ni la risa; ni el hambre, ni la saciedad; ni tus hijos vivos, ni tus hermanos muertos. Tan pronto olvidas todo, tan pronto corres de nuevo a tu inmunda cueva, en tu carrera demente, en esa persecución ridícula y sin final.

Aún así, recuerda, cuando se filtre la luz, cuando jueguen las hojas en el viento, cuando el rocío encuentre su abrigo en la tersura de las flores y el pasto te brinde su aroma por las mañanas; recuerda, cuando tropieces, cuando ganes, cuando rías, cuando llores, cuando el silencio te arrebate de ese mundo irreal y tan tuyo; recuerda que una vez agradeciste la existencia tuya y de todas las cosas que hay en este mundo, el de acá, el que se revela en cada parpadeo, en la inconmensurable distancia que hay más allá del yo y hacia el mismo destino de todas las cosas. Ese mundo que hay y se manifiesta entre lo importante y lo que crees que importa, y que al desmoronarse, derrumbarse, estallar y hacerse polvo, quemarse y volverse ceniza, nos muestra… Nos muestra de verdad… Nos muestra la verdad.

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