También hay risas al final

También hay risas al final. Ciertamente algunos llorarán y lloran. Estando ahí también vi como alrededor de la caja con el cuerpo, la gente también ríe, reconecta, reconforta.

Independientemente de las razones o las sinrazones, de los sentidos y sin sentidos de una decisión tan personal y definitiva; después quedamos y quedan, reunidos en una salita llena de flores blancas, café y galletas, agua. Después del horror del hallazgo del cuerpo ya vacío, quedan los silencios rotos por las lágrimas, pero también, por el rumor y el cuchicheo, las risas.

No malentiendo, pero así la frase: “La vida se sostiene por la muerte”, cobra un sentido real y verdadero. Ahí, con el cuerpo presente, entre el aroma de las bellísimas flores y los arreglos improvisados de naturaleza; la vida se aferra y se manifiesta tan fuerte como la muerte. Bromas, risas, reencuentros, explicaciones, consuelos, amantes, cantos, besos. Mujeres y hombres coquetean y se incitan, se abrazan y besan, se reencuentran, se platican, intiman alrededor de esta improvisada cueva; de ese reino melancólico que muere tan súbita e inesperadamente como quien así lo convoca.

Se planifican las visitas, las cenas, las comidas, las llamadas. Se redescubren números y contactos perdidos, las compañías ocultas, los rencores ya olvidados se cierran en una carcajada. Sepultan el dolor con el anhelo cotidiano de la vida continuada. Trabajos, cuentas y promesas de bienestar. Deseos y compañías inesperadas. Torrentes salados que ceden ante el abrazo de los que quedan, de los que quedamos. Sonrisas que van abriendo las manos cerradas por un sufrimiento que se hace momentáneo. Muestran sus heridas, cicatrices, dolores, culpas. Cuentan los años y reciben nuevos amaneceres después de su particular ocaso.

Después de la tiniebla sólo queda una luz naciente. Quienes se congregan van saliendo de la cueva y van cerrando también así, lenta o rápidamente, el vacío de esa muda despedida, artera, inverosímil, terrible.

No malentiendo la desgracia, no soy ajeno a las pérdidas, ni a las voces que sólo suenan ya en mi recuerdo y alma; a las ausencias incorregibles, a las manos que afanan en vano las visiones que nos traen los sueños en las insomnes madrugadas. Las conozco bien todas ellas y otras más que escapan a mis dedos y palabra.

No malentiendo. Pero también he visto hoy como se rebela y revela la vida necia con la muerte, aun en el absurdo de esa situación secreta, íntima e incontestable. La vi recomponerse y sustentar las vueltas de la tierra, las nubes que se agolpan, la lluvia y el viento continuado, el bullicio que no para, los vehículos que se aferran a su paso, la prisa, la producción, el desatino; el limosnero, el vendedor, el ejecutivo, el CEO, y tantas figuras más que no paran; ignorantes todos del cataclismo siguen, dolientes todos del cataclismo también.

Tal vez los finales no sean tales, no pueden ser tales. Sólo hitos del recuerdo, puntos en la curva, suspiros, sueños, malas y buenas noches.

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